12/8/12

Santiago Rey dice estar al borde de la insumisión, pero abona la autodestrucción

El final es previsible
(NOTA: Este texto ha sido remitido por un profesional que trabajó para el Grupo Voz durante más de ocho años y optó por marcharse debido a las humillaciones salariales y profesionales que introdujo Luis Miguel Blanco Penas)
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«Empujado por un poder distinto del que le otorgó sin mucho mérito la herencia de su madre y tras haber desheredado a sus hijos, el presidente de La Voz de Galicia SA se ve obligado desde hace unos años a afrontar la peor crisis económica (también laboral y de imagen) que le ha tocado vivir al rotativo desde su fundación.
No es precisamente gozoso presidir la empresa editora en medio de semejante tempestad. Nadie puede arrendarle la ganancia. Porque, como suele pasar cuando sobrevienen cataclismos como el que estamos viviendo, el triunfador de las guerras familiares tiene que olvidar sus buenos deseos, retorcer sus promesas e incluso negarlas para hacer lo contrario de lo que propuso.
Pero reconocer de entrada la dificultad del momento no quiere decir en absoluto que se pueda coincidir mínimamente con la presunta solución que hace unos meses propuso el presidente de La Voz y desde entonces, sin que nadie lo remedie, consuma "el grupito".
En primer lugar, habría que cuestionarse si tiene La Voz que someterse a los dictados de quienes actúan solo por su propio interés, sea desde los grises despachos de la planta baja, los funcionales de la primera o los lujosos de la Fundación y otras estancias nobles.
Ni el consejo de administración, ni el director general ni los famosos miembros del staff están legitimados para imponerle a La Voz una especie de suicidio económico y laboral. Porque los términos en que se está planteando (como ya sucedió con los departamento y los trabajadores de distribución y de impresión) no son de ayuda, sino de usura.
El buen gobernante busca alternativas
Si en el contexto de los medios es inevitable someterse a semejante disciplina (que no es otra que socializar la miseria a marchas forzadas), un buen gobernante tiene la obligación de buscar alternativas con una sola finalidad: preservar al máximo los derechos, la forma de vida y las sanas expectativas de sus trabajadores. Los empleados con cargo están para resolver problemas, no para agrandarlos.
Pues bien: se ha hecho todo lo contrario. Lo que en enero anunció Luis Miguel Blanco a los compañeros, por decirlo de forma elegante, no es de recibo. No debiera esperar aplauso, desde luego; y ni siquiera comprensión, por mucho que se hagan tantos esfuerzos en las opiniones publicadas.
De ningún modo puede compartirse que tengan que afrontar semejante factura tres o cuatro quintas partes de la plantilla, mientras se regodean en sus poltronas los verdaderos causantes de la bancarrota del sistema productivo y del despilfarro continuo del dinero de la empresa.
Basta poner el ejemplo de la gestión de Radiovoz, contemplar el despido de profesionales ejemplares o asistir a una manifestación de los exVoz en este blog atrapados con trampa en los despidos y prejubilaciones, para preguntarse por qué los que originaron este enorme daño a la corporación se escabullen sin dar cuentas.
Del mismo modo, mucho antes de blandir el bisturí -como hace ahora ese director general y antes la jefa de personal de infausto recuerdo-, habría que haber analizado con rigor dónde están las vías de fuga que vuelven insostenible el gasto de la empresa.
Si de verdad se quisiera ver, no llevaría mucho tiempo constatar que la dilapidación tiene su origen en la exagerada hipertrofia de las estructuras de mando. Subdirecciones incapaces de sostenerse, departamentos carentes de utilidad (recursos humanos), puestos creados para engordar a la clase pudiente, cargos vacíos de contenido, fundaciones acomodadas en el boato, V televisiones infladas en varias capas por cada socio capitalista de turno para asegurarse su propaganda.
Ahí es donde ni siquiera ha entrado el bisturí del La Voz. Sin embargo, ha cortado sin contemplaciones en el único tejido sano que tiene el grupo: su gente, su clase media de buenos profesionales.
Todo es culpa de quienes trabajan...
En primer lugar, ha hundido a toda la plantilla haciendo bajar los sueldos justo cuando más detenido está pedir crédito externo. Es tal la aberración (por lo que tiene de contradicción con los cacareados objetivos de cuidar a los empleados) que hasta algunas grandes empresas vecinas que tienen la fortuna de poder aguantar ya han anunciado que no repercutirán la crisis en sus empleados ni en sus clientes.
Junto con ese castigo general a la economía de la clase media, "el grupito" se ha aplicado para hacer aún más daño a quienes menos lo merecen.
Retira las ventajas del convenio a los empleados medios, quizá el sector más injustamente tratado por este grupito y los anteriores. Al redactor en prácticas, al que ha pagado el máster, al que lleva una década esperando un contrato estable pero nunca es buen momento, al que justifica cada día con su trabajo cada céntimo que cobra a fin de mes, despreciados una vez más por quienes deberían motivarlos.
Reduce las ya de por sí exiguas e incompletas ayudas a vivir de tu trabajo, y envía al fondo del pozo a quienes tienen que mantener a su familia, aun a sabiendas de que esa es la peor situación para poder conciliar las obligaciones personales con un trabajo.
Quienes han perdido el empleo o pueden perderlo son hoy el eslabón más débil de la corporación. Y para ellos también ha habido más bisturí, dado que se reduce el pago de indemnizaciones. Con los parados, son los casi pensionistas los que quedan en peor situación, ya que llegar hasta la jubilación de forma digna no distingue edades ni situaciones personales.
Tamaño ataque a la línea de flotación de la clase media de trabajadores de La Voz no se arregla de ningún modo. Ni siquiera incluyendo en el paquete otras medidas menos insensatas, como ajustar puestos de trabajo a las necesidades de producción, o seguir con los premios Fernández Latorre en su formato actual en vez de eliminarlos. Tampoco con el gesto a la galería de bajar el sueldo de los miembros de "el grupito" en la misma proporción que al resto.
Si se siguen consumando todos estos duros hachazos a la vitalidad de la empresa, nadie debería extrañarse de que se produzca no ya el desafecto general hacia los gobernantes actuales y anteriores, sino algo peor. Cada vez está más presente entre gente buena y civilizada la idea de que los miembros de "el grupito" que les piden apoyo terminan traicionándolos. Por eso crece el sentimiento de insumisión.
Lo cierto es que quienes desgobiernan son los únicos culpables de que cada vez seamos más los que nos sentimos insumisos hacía una empresa que no es la que conocimos y en la que creímos.
Mejor les sería revocar urgentemente estas aberraciones.
O si no pueden o no quieren, irse ya a descansar a casa».
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